El interior del templo es aún más oscuro y retorcido que la ciudad en la que se encuentra. Unos faroles cubiertos bañan sus salas de una tenue luz carmesí, y en su interior no te recibe ningún rostro amistoso.

En la sección más profunda del templo se halla su mayor sala y su mayor maldición. En el momento en el que cruzas su bajo y angosto umbral, te encuentras en un reino completamente distinto: una retorcida versión infernal de la ciudad exterior. A ambos lados de las calles hay casas inestables que se apoyan entre sí hasta el punto de que casi forman túneles y tapan lo que hace las veces de cielo en este reino de pesadilla. En el perpetuo crepúsculo sólo brilla una única estrella maligna, visible entre las torres de basalto inclinadas y las retorcidas calles.