El olor a descomposición y las feromonas de las extrañas criaturas crean un almizcle tan único como terrible. Cuando salís de las cavernas, dejáis en el suelo al último miembro de lo que suponéis que debe ser la familia Perla. El residuo ácido de sus extrañas costras cristalinas os quema la piel. Simplemente mirar los cuerpos resulta doloroso. Tienen las caras congeladas en un instante de silenciosa agonía. Una intensa presencia invisible llena el aire sobre los cadáveres, aunque no hay movimiento alguno, ni brisa o polvo. Sólo algo que se mueve en el aire. Notáis una fatiga profunda en los huesos.